Después de muchos años impartiendo formación en escuelas de negocios
para empresarios y profesionales, me
gustaría compartir mi visión sobre lo que esta pasando en la formación
para las empresas y en la sociedad en general. Lo voy a resumir en tres puntos:
Uno. ¡Cuánto daño ha hecho la formación
gratuita!
Soy consciente de que generalizar siempre es causa de cierta injusticia
porque tendemos a hacerlo, a igualar cosas desiguales, pero créanme, “lo gratis”
al menos en esta materia, no aporta valor para casi nadie. Y por haberse
normalizado la gratuidad en la formación y de la forma en que se ha
hecho, hemos conseguido que todos los empleados y directivos de nivel
intermedio hayan disminuido su
presencia en las aulas poco a poco. Actualmente, el número siempre es
reducido y en muchos casos observo a los asistentes sin la actitud y el
esfuerzo necesario para sacar partido de su gran inversión, ¡su tiempo!
Dos. Se han empezado a desarrollar
profesionalmente las generaciones que no estaban educadas en la cultura del
esfuerzo.
Pertenecen al estado del bienestar y lógicamente se han ido incorporando a
las empresas. Sus protagonistas han interiorizado un entorno donde solo se ensalza
el falso estado del bienestar, del que surge, entre otras falsedades, “que todo
debe de ser gratis”.
Esto ha generado una devaluación del alumno medio cuya consecuencia es
la escasa motivación. Limitan sus esfuerzos a la presencia física en el aula
mientras se entretienen whatsappeando
o navegando por las redes sociales. Todo ello, ayudado por la falta de
un lógico y necesario filtrado por parte de las escuelas que venden los
cursos sin otro fin que el de alcanzar una cuota. Las escuelas olvidan que solo
un número de alumnos reducido pero inteligente que asuma la disciplina y el
esfuerzo, crea prestigio.
Tres. El desarrollo de Internet ha
aportado mucho y bueno a nuestra sociedad pero hemos de poner ciertos límites.
Nos han permitido el acceso a "todo", por ejemplo, a través de
las redes sociales gran parte de ciudadanos/ciudadanas han aflorado para a
opinar, hasta entonces no tenían un medio para hacerlo. Lo malo es que esa
población no se ha preparado para expresarse públicamente y el canal
abierto les permite hacerlo sin barreras, sin pararse a pensar en el otro, como
si no hubiera impunidad.
Si no ponemos freno podemos llegar a límites asombrosos tal y como estamos
viendo.
Todo lo expuesto nos lleva inexorablemente a la justificación del uso
mediocre de aulas, redes y medios. Esto ha servido de excusa o de permisividad
para una cobertura de la mediocridad y que se utiliza para la injusta
valoración de políticos, profesores, médicos, enfermeras, escritores etc.
Se confunde la opinión personal con una incorrecta valoración de los conocimientos
de dichos profesionales. En ocasiones los autores de estas valoraciones carecen
del suficiente conocimiento y denigran a los docentes con la impunidad que le
proporciona la falta de reglas. Pongo por ejemplo sesiones formativas con
valoraciones de los profesores mediante test estúpidamente redactados, o por
ejemplo entradas de opinión en las redes donde se denigra a magníficos
escritores, se opina contra ellos sin criterio alguno y lo que es peor, con
total arbitrariedad.
Cuánto echo de menos la época en el que el sabio era admirado, escuchado y
respetado. En la que muchos de nosotros aprendíamos reflexionando sobre los que
nos transmitían, donde el orden todavía se imponía sobre el caos en el que actualmente
nos desenvolvemos.
Como fácilmente se puede ver, esto ya esta trayendo consecuencias nada
buenas. Si solo unos pocos realizan críticas destructivas y sobre un tema que
no tiene fácil solución… ¡Mal asunto!
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