lunes, 20 de abril de 2015



Después de muchos años impartiendo formación en escuelas de negocios para empresarios y profesionales, me gustaría compartir mi visión sobre lo que esta pasando en la formación para las empresas y en la sociedad en general. Lo voy a resumir en tres puntos:

Uno. ¡Cuánto daño ha hecho la formación gratuita!

Soy consciente de que generalizar siempre es causa de cierta injusticia porque tendemos a hacerlo, a igualar cosas desiguales, pero créanme, “lo gratis” al menos en esta materia, no aporta valor para casi nadie. Y por haberse normalizado la gratuidad en la formación y de la forma en que se ha hecho, hemos conseguido que todos los empleados y directivos de nivel intermedio hayan disminuido su presencia en las aulas poco a poco. Actualmente, el número siempre es reducido y en muchos casos observo a los asistentes sin la actitud y el esfuerzo necesario para sacar partido de su gran inversión, ¡su tiempo!

Dos. Se han empezado a desarrollar profesionalmente las generaciones que no estaban educadas en la cultura del esfuerzo.

Pertenecen al estado del bienestar y lógicamente se han ido incorporando a las empresas. Sus protagonistas han interiorizado un entorno donde solo se ensalza el falso estado del bienestar, del que surge, entre otras falsedades, “que todo debe de ser gratis”.
Esto ha generado una devaluación del alumno medio cuya consecuencia es la escasa motivación. Limitan sus esfuerzos a la presencia física en el aula mientras se entretienen whatsappeando o navegando por las redes sociales. Todo ello, ayudado por la falta de un lógico y necesario filtrado por parte de las escuelas que venden los cursos sin otro fin que el de alcanzar una cuota. Las escuelas olvidan que solo un número de alumnos reducido pero inteligente que asuma la disciplina y el esfuerzo, crea prestigio.

Tres. El desarrollo de Internet ha aportado mucho y bueno a nuestra sociedad pero hemos de poner ciertos límites.

Nos han permitido el acceso a "todo", por ejemplo, a través de las redes sociales gran parte de ciudadanos/ciudadanas han aflorado para a opinar, hasta entonces no tenían un medio para hacerlo. Lo malo es que esa población no se ha preparado para expresarse públicamente y el canal abierto les permite hacerlo sin barreras, sin pararse a pensar en el otro, como si no hubiera impunidad.
Si no ponemos freno podemos llegar a límites asombrosos tal y como estamos viendo.

Todo lo expuesto nos lleva inexorablemente a la justificación del uso mediocre de aulas, redes y medios. Esto ha servido de excusa o de permisividad para una cobertura de la mediocridad y que se utiliza para la injusta valoración de políticos, profesores, médicos, enfermeras, escritores etc.  Se confunde la opinión personal con una incorrecta valoración de los conocimientos de dichos profesionales. En ocasiones los autores de estas valoraciones carecen del suficiente conocimiento y denigran a los docentes con la impunidad que le proporciona la falta de reglas. Pongo por ejemplo sesiones formativas con valoraciones de los profesores mediante test estúpidamente redactados, o por ejemplo entradas de opinión en las redes donde se denigra a magníficos escritores, se opina contra ellos sin criterio alguno y lo que es peor, con total arbitrariedad.

Cuánto echo de menos la época en el que el sabio era admirado, escuchado y respetado. En la que muchos de nosotros aprendíamos reflexionando sobre los que nos transmitían, donde el orden todavía se imponía sobre el caos en el que actualmente nos desenvolvemos.

Como fácilmente se puede ver, esto ya esta trayendo consecuencias nada buenas. Si solo unos pocos realizan críticas destructivas y sobre un tema que no tiene fácil solución… ¡Mal asunto!




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